En 1927 el físico Werner Karl Heisenberg realizó una hipótesis que posteriormente, la experimentación, concluyó en el establecimiento del denominado “Principio de incertidumbre de Heisenberg”.
Sin pretender adentrarnos en el complejo contenido matemático, éste explica que cuando “observamos” una partícula subatómica (por ejemplo el electrón de un átomo), nos acabamos “dando cuenta” que, si deseamos medir la velocidad a la que se mueve, no es posible saber exactamente su posición en el espacio, es decir, dónde está.
Resulta que sucede lo mismo cuando nos esforzamos en determinar su posición, cuando más cerca estamos de saber dónde está, menos sabemos sobre la velocidad a la que se mueve. Heisenberg, en una de sus publicaciones concluía: “lo que estudias lo cambias”. Lo maravilloso de este principio de incertidumbre es que, a partir de ese momento, la física dejo de buscar certezas y se transformo al mundo de las probabilidades.
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En la práctica, en nuestro día a día, este gran avance en la actitud de observar al mundo y, por tanto, a nosotros mismos, nos describe dos caminos probables para “plantarle cara a la vida”. Uno nos lleva a la visión que persigue una estabilidad libre de problemas, la ambición del tener garantías perennes, la inmediatez a cualquier precio, a depositar tú aqui y ahora en las fuentes exteriores.
Nos lleva por la pasividad de seres “víctima” que andan esperando encontrar una gran ola que les alce al mundo de sus sueños y, mientras no llega, entienden que las fuerzas de la fatalidad están actuando sobre ellos. Curiosamente se produce una “lucidez inteligente” que, irónicamente, está llena de pesimismo, cinismo, estancada en unas buenas dosis de frustación y, posiblemente, mal humor. En definitiva pereza por descubrir-Se. Es un camino que nos lleva a la certidumbre inconsciente, que precisa de certezas y acude al “si no lo logro, es culpa de otro o de algo”.
El otro camino nos lleva a aceptar los desequilibrios, a entender la fragilidad de pensamientos y emociones, los fallos en la acción de lo cotidiano. Es cuesta arriba. Es un camino de interrelaciones, de efecto mariposa, de elecciones. Transcurre para la acción de Ser como motor, causa, energía. A revindicar el lazo que une la bondad, la lucidez, el optimismo y la acción coherente envuelta de realidad, de valores para ser “protagonista” en el aquí y el ahora. Es el camino de la incertidumbre consciente que se incorpora día a día cambiando el esfuerzo del tener por el esforzar-SE para SER:
“No se que pasará, pero intentaré sobreponerme y sobrepasar con bondad y habilidad cada adversidad y dificultad que aparezca en mi vida”.
El camino del cambio y la transformación se aprende con un valor: la responsabilidad y la acción es responsabilizar-SE.
En este camino se apuesta por la tolerancia, la honestidad, el optimismo y, si, los currantes. Tal vez un camino “tachable” de utópico e ingenuo pero que la experiencia de la historia nos ha demostrado, una y otra vez, que es el que hace avanzar al mundo y ha evitado que se hunda en tantas ocasiones.
Hoy la tierra sigue girando: Tú decides.