Una de las responsabilidades mas importantes y quizás menos atendidapor los líderes, empresarios y emprendedores en las organizaciones es detectar las creencias propias y las de sus colaboradores; gestionarlas, modelarlas y convertirlas en potenciación del desarrollo, tanto de los aspectos personales como profesionales, como buena garantía para la consecución de objetivos sostenibles
En coaching algunas de estas creencias son las que llamamos creencias limitantes, porque frenan o impiden el desarrollo y el aprendizaje. Operan con tal fuerza en nuestra mente y nuestro entorno que llegan a convertirse en una, llamémosla, profecía que se cumple por sí misma.
De forma general, suelen ser básicamente de tres tipos: las relacionadas con la desesperanza (“Haga lo que haga, nada cambiará”, “No vale la pena esforzarse”), las que tienen que ver con los sentimientos de impotencia (“No puedo”, “Yo no soy capaz de conseguir eso”, “Eso está fuera de mi alcance”), y las de ausencia de mérito (“No me lo merezco”, “Esto no está a mi altura”). Las tres ejercen una gran influencia a la hora de limitar la capacidad de desarrollo de las personas y los profesionales y nos las encontramos constantemente en los procesos de coaching, donde trabajamos para identificarlas y cambiarlas por otras que impliquen esperanza en el futuro, sensación de capacidad, responsabilidad, sentido de la valía, pertenencia, etc.
Todos nosotros estamos llenos de creencias y muchas de ellas son creencias limitadoras. Se van incorporando a nuestro ser a lo largo de toda la vida, la mayoría durante la infancia. Lo llamativo es que creencias que quedan arraigadas en nuestro inconsciente cuando tenemos cuatro o cinco años, siguen siendo vigentes cuando somos adultos. Es interesante considerar que muchas veces se crearon con algún propósito positivo, como protegernos, ayudarnos a establecer límites, etc.
Consideremos, por ejemplo, los mensajes habituales de seguridad que transmitimos a los niños: “Ten cuidado”, “No te acerques al borde”, “No te subas ahí”, “No hables con desconocidos”… Este tipo de mensajes tienen su importancia y su valor en la infancia, el problema es que a menudo se generalizan a ámbitos de la realidad diferentes a aquellos para los que fueron enunciados y se consolidan como creencias, manteniéndose a lo largo de los años y operando por debajo de nuestro nivel de conciencia, de manera que no llegamos a saber en qué medida están influyendo en nuestras acciones. También encontramos la génesis de muchas creencias limitadoras en preguntas sin respuesta sobre el “cómo hacer algo”. Cuando una persona no sabe cómo cambiar su comportamiento, es fácil que elabore la creencia de que ese comportamiento no se puede cambiar: “Yo soy así, no puedo ser de otra manera”, “No puedo hacerlo”, no soy capaz”, “Soy igual que mi tal o cual familiar”, etc…
Por otra parte y muy considerable del enorme poder que ejercen nuestras propias creencias es la influencia que pueden llegar a ejercer en los demás:
La profecía que se cumple
En 1968, Rosenthal y Jacobson realizaron un famoso experimento en una escuela primaria del sur de San Francisco, que puso en evidencia hasta qué punto las expectativas de los padres con sus hijos, de los profesores con sus alumnos o de los mandos con sus subordinados, tienden a cumplirse.
Rosenthal y Jacobson realizaron un test de inteligencia a un grupo de alumnos y, de manera aleatoria, seleccionaron un 20% de los alumnos y le dijeron a sus profesores que su CI era superior al del resto de los niños. A final de curso, se repitieron las pruebas y se comprobó que el grupo calificado como más inteligente, había mejorado su CI en cuatro puntos. En las entrevistas con los maestros, describieron a estos chicos como más capaces, más curiosos, con mayores oportunidades de alcanzar los éxitos en la vida, más atractivos, mejor adaptados y más afectuosos. Por el contrario, cuando se pidió que describiesen a los chicos no señalados, las clasificaciones eran menos favorables de lo que podría esperarse por los resultados reales obtenidos en los tests. Los maestros no fueron conscientes de la influencia de sus expectativas en sus alumnos, el efecto pigmalión o la profecía autocumplida nos dice que cuando se espera más de una persona, se produce un determinado clima emocional en las interacciones con ella que facilita la comunicación. Se le ofrece más formación, se le mantiene más informado, se le exige más, se le dan más oportunidades… En conclusión, puede decirse que los padres, los maestros y los jefes, tienen la posibilidad de “esculpir” la capacidad de alumnos y colaboradores, con su influencia y su confianza.
Los experimentos de Rosenthal nos demuestran la importancia de las creencias y la capacidad que éstas tienen de generar diferentes posibilidades, de abrir o cerrar puertas, de impulsar o bloquear a las personas en la consecución de sus objetivos.
En Fundares Coaching & Bussiness Transpersonal Institute creemos en el enorme potencial que esconden las personas y su capacidad de desarrollar cuando se comprometen firmemente a trabajar en ello. Desde el punto de vista de la profecía autocumplida, para que el coachee tenga éxito en su desarrollo, es absolutamente fundamental que el coach crea en él y en su capacidad de lograr lo que se proponga. De hecho, decimos, recomendamos y enseñamos que cuando un coach, no es capaz de ver y despertar este potencial en uno de sus clientes, no debe aceptar trabajar con él, ya que el proceso no podrá llevarse a cabo con éxito.
Desde el punto de vista de o un líder, empresario o emprendedor el “asunto” es más complejo ya que la capacidad de decisión (trabajar o no) está condicionada por diversos factores. En estos casos el disponer de una buena formación en herramientas de coaching y si cabe la búsqueda de una ayuda externa en forma de un coach profesional es altamente recomendable para reforzar el éxito del proceso de modelado y re-encuadre de las creencias limitantes que estén dificultando la relación y/o el cumplimiento de los objetivos.